jueves, 19 de noviembre de 2009

Conversación con una faxineira


Cintia Araujo es una mujer morena, de pelo negrísimo y dientes eucarísticos. Al igual que millones de brasileñas pobres, Cintia trabaja como faxineira, es decir, como empleada doméstica: limpiando, barriendo, lavando, planchando. La veo cada quince días cuando llega a arreglar el apartamento en donde vivo y me gusta conversar con ella. Cintia tiene 34 años pero dice que ha vivido más de un siglo. El trabajo de sol a sol, el cansancio superlativo y el calor de Brasil le han derretido los sueños.
“Ya no sueño nada para mí”, me dice, “sueño para mi hijo”.
Cintia vive en Belford Roxo, un barrio pobre de las afueras de Río de Janeiro, donde generalmente los camiones de basura depositan al aire libre desperdicios de las zonas ricas de la ciudad. Para llegar hasta mi barrio, Cintia tiene que tomar un bus Roncalli, llegar a la Central do Brasil y luego tomar el bus 110 hasta Leblón. En total demora dos horas y media para llegar. Y después, dos horas y media para regresar.
“¿Quiere un café?”, me pregunta. Estamos en la cocina.
“Por favor”, le contesto. Ella me lo sirve negro en una jícara blanca. El café está hirviendo y mientras me lo alcanza va dejando en el aire una estela de humo, como una pequeña locomotora.
“Nací en Bahía pero crecí en el mundo entero”, me dice. Para Cintia el mundo entero es el noreste de Brasil. Su madre la regaló a otras personas cuando era muy pequeña porque ya tenía muchos hijos para criar.
“¿Existe el perdón?”, le pregunto.
Hay una pausa atronadora… “sí”, me contesta, “perdoné a mi mamá y ahora nos llevamos muy bien”.





Cintia está casada, su esposo trabaja como mensajero haciendo entregas en una motocicleta, un trabajo muy peligroso en la violenta Río de Janeiro. Ella toma el cuchillo y parte el silencio de la cocina mientras corta un pedazo de queso minas. Por la ventana entra una brisa que refresca y el murmullo de una voz que me parece que dice: “chucu”… “chuculino”…
Lo más importante en la vida de Cintia es su hijo João Felipe, de 11 años. Desde muy pequeño, ella le habla de la importancia del estudio y su hijo le está respondiendo con buenas notas. “Casi todo lo que gano lo invierto en él, le pago clases de natación, lo he llevado a Petrópolis”, y de seguido agrega, “yo quiero que João Felipe crea en sí mismo, yo quiero que tenga sueños”.
Cintia me recuerda a mi propia madre. Cuando yo era pequeño en mi familia abundaba la pobreza. Me acuerdo que mi madre me enseñó a leer y a escribir. En las mañanas de sol ella me tomaba de la mano y salíamos a pasear por mi ciudad, Cartago. Yo era un niño callado y melancólico y en aquellos paseos me quedaba viendo las vitrinas de las tiendas. Yo veía mudo los juguetes que mi madre no me podía comprar. Al verme, ella me decía una frase que se me quedó grabada para siempre: “ver y desear”. Nunca se me olvidará esa frase. “Ver y desear”.
“¿Más café?”, me pregunta Cintia.
“Sí, claro”.
Por limpiar un apartamento entero, una faxineira como Cintia gana entre 70 y 100 reales (entre 40 y 58 dólares). Ella tiene más o menos 10 clientas en los barrios de Leblón, Copacabana y la Urca. Pero no es fácil, porque el trabajo no es constante, hay altos y hay bajos y hay que hacer malabares para sobrevivir. “Yo siento que la esclavitud todavía existe”, me dice, “somos esclavos del trabajo”.
En nuestras conversaciones, Cintia y yo hablamos de alegrías, de tristezas, de problemas, del futuro, en fin, de la vida. Ella me dice que João Felipe adora los animales y algún día quiere ser veterinario. Entonces me pregunta: “¿Piensas que lo pueda lograr?”. En ese momento recuerdo una frase que alguna vez le oí al escritor mexicano Carlos Monsiváis: “el estudio es un pasaporte de ascenso social”. Y entonces le contesto a Cintia que si su hijo sigue estudiando con certeza lo logrará.
Después soy yo quien hace una pregunta…
“Cintia, ¿Se puede recuperar la confianza de alguien?” (the trust)
“Sí, claro”, me contestó.
“¿Cómo?”.
Ella me miró con sus ojos, negramente transparentes, y pronunció tan sólo dos palabras: “con sinceridad”. Terminamos el último sorbo de café y Cintia comenzó a limpiar el desorden de la cocina.





2 comentarios:

  1. Las personas humildes, trabajadoras, que muchas veces ignoramos y que son tan importantes en nuestra vida, andan dentro de los sacos de su trabajo, cientos de kilos de sabiduría.

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  2. Una mujer de 34 años que no vive para sí misma sino para su hijo. Es una historia dura, gracias por compartirla y por recordarnos pasajes de tu infancia. Por eso cada vez más hay que agradecerle a Dios todo lo que nos ha permitido vivir. Vos sos el vivo ejemplo de que la educación da oportunidades. Seguí escribiendo y mostrándonos tu sensibilidad. Me gustó lo del perdón, la taza de café y la descripción de la ruta hacia tu apartamento. Un fuerte abrazo desde Costa Rica que hoy anda más fría de lo normal.

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