viernes, 27 de noviembre de 2009

El diplomático de la favela / O diplomata da favela



Luiz Ricardo Duarte es un brasileño joven, moreno y delgadísimo de 23 años, cuya vida cotidiana oscila en un péndulo de contrastes: de día estudia en la universidad privada más elitista de Río de Janeiro y de noche habita en uno de los lugares más pobres del mundo, una favela.
“¡Favela!”, me dice Luiz Ricardo, mientras a lo lejos vemos un paisaje de casitas multicolores, “nunca pensé que iba a vivir en una favela”. Es un día de noviembre, de sol unánime, el termómetro de Río de Janeiro está en llamas. La humedad es insoportable y hace que los cuerpos lloren de calor.
Luiz Ricardo estudia relaciones internacionales. Su sueño es ser diplomático. Estudia con una beca (bolsa-fellowship) en la Pontificia Universidad Católica, conocida simplemente como la PUC, la facultad más rica de la ciudad. Sus padres son obreros, ambos trabajaron toda su vida en una fábrica, su madre era operaria en un taller de explosivos.
“Hay muchos estereotipos contra las favelas”, me dice, “cuando uno pronuncia la palabra favela las personas sólo piensan en violencia y tráfico de drogas”. Estamos caminando por Gavea, uno de los barrios más exclusivos de Río de Janeiro y vamos por una calle que se eleva y al final desemboca en la favela de Luiz Ricardo. La favela se llama Parque de la Ciudad. El calor también se eleva y con cada paso tengo la impresión de estar subiendo a un cielo infernal, donde cuesta entender las palabras, donde las palabras se deshacen, se evaporan.
“No tengas miedo”, creo que me dice Luiz Ricardo. No tengo miedo. Llegamos a la entrada de su casa y entramos a un túnel oscurísimo con unas escaleras empinadas y estrechas, que me parecen infinitas. Me transporto en el tiempo y me imagino estar en la Nueva York del siglo XIX en aquel mítico barrio de Five Points donde inmigrantes irlandeses, italianos, alemanes, africanos y judíos del este de Europa vivían en condiciones infrahumanas en las favelas neoyorquinas de aquel entonces, los “tenements”. Al final de las escaleras se ve la luz del sol. Y a mano derecha hay una puerta blanca, el mini-apartamento de Luiz Ricardo. “En Brasil la desigualdad es gritante”, me cuenta, “aquí hay probreza… y allá…”, señalando unos edificios brillantes, “hay apartamentos con piscinas y todo tipo de lujos”. En el mini-apartamento las paredes, el piso y el techo es de un sólo color, blanco. Son sólo dos pequeñas habitaciones. En la primera hay un sillón, un fogón de gas y un baño. En la segunda hay dos colchones y una mesita con una computadora. En la pared, el poema "Canção do exílio", de Gonçalves Dias…
Luiz Ricardo tiene un compañero de cuarto, Lucas. Entre los dos pagan 400 reales por el alquiler (alrededor de 230 dólares). Todo está incluído: la luz, el gas y el agua. En muchas favelas todos esos servicios se consiguen clandestinamente.




“¿Quieres agua?”, me pregunta Luiz Ricardo. Le digo que sí con la cabeza. “No tenemos refrigeradora, el agua está caliente”. Bebo y el líquido me hierve en la garganta. Pienso en la palabra “saudade” (nostalgia, spleen, cabanga) y escucho una voz paulistana que me refresca y me deja congelada en la mente dos palabras gemelas: “Ticão, Ticão”…
“Aquí la gente es muy solidaria”, me dice Luiz Ricardo, “si alguien necesita leche, alguien ayuda, si alguien necesita arroz, algún vecino ayuda”. Por ahora, el Parque de la Ciudad es una favela tranquila y segura, los vecinos no han dejado que entren el crimen ni el tráfico de drogas. A ellos no les gusta la palabra “favela”, los vecinos prefieren llamar a su barrio “comunidad”.
“Y esto es una comunidad”, me dice Luiz Ricardo, “aquí todos nos conocemos y nos ayudamos”.
“¿Alguna vez has sentido que el mundo se te cae encima?”, le pregunto.
“Muchas veces, pero el mundo nunca te aplasta completamente”. Y esas palabras me aplastan.
Me transporto a Costa Rica y pienso en la reciente muerte de mi tío. A pesar de que nunca se casó ni tuvo hijos, mi tío tenía la personalidad de un viudo eterno. Amaba hablar y redondear sus frases con diminutivos. Él mismo, era redondo y diminuto. Se llamaba Agustín, como el santo filósofo, pero todos le decíamos “Tín”. Era soberbiamente humilde. De vez en cuando contaba picardías y todos lo queríamos. Hace unos días regresaba a su casa, en su bicicleta, después del trabajo, cuando un conductor borracho pasó a toda velocidad zigzagueando por la carretera y arrasó con su vida. Dicen que el golpe fue desaforado, dejó a mi tío irreconocible…
“E aí, Luiz, tudo bem?”. Son varios amigos de Luiz Ricardo que acaban de llegar: Rafael, Wendell y Wesley. Todos crecieron en una región pobrísima de Río de Janeiro, la Baixada Fluminense. Y, claro, todos son fanáticos del equipo de fútbol tricolor, el Fluminense.
“¿Van a bajar a segunda división?”, les pregunto.
“Esperamos que no”, me dice Wesley, y los otros asienten.
Rafael es cantante de soul y pone música en el computador. Le pregunto qué canción es. “Stormy Weather” de Etta James… “Life is bare, gloom and misery everywhere … Stormy weather, stormy weather”.




“¿Damos una vuelta?”, me pregunta Luiz Ricardo.
“Claro, vamos”, le contesto.
Caminamos por toda la favela, la gente sonríe, algunos están serios, muchos hombres están sin camisa. Y el calor sigue aumentando. Subimos por una callecita, luego bajamos y después volvemos a subir, el paisaje es fragmentario y desigual, huele a comida, huele a perfume, se oyen voces lejanas y en el aire húmedo flota una música que mis amigos dicen que se llama “forró”. A nuestro paso, los vecinos saludan a Luiz Ricardo. Se nota que quiere y que lo quieren.
Luiz Ricardo es un muchacho sencillo y a la vez profundo, le gusta ir a fiestas, le gusta tomar cerveza, la gusta comer salpicón, le gustan las chicas bonitas… “Me gusta creer en Dios”, agrega, “pero respeto muchísimo a los que no creen. Para mí es importante creer”. También le gusta leer de globalización y posmodernidad, su autor favorito es Zygmunt Bauman. Y le pregunto qué es lo que más lo irrita, lo que más le molesta.
“La corrupción”, me responde. Hace unos días Luiz Ricardo intentó sacar su licencia de conducir, que generalmente en Brasil toma tres meses. Un burócrata le ofreció conseguírsela en un mes si le pagaba 300 reales. “Eso es pésimo, yo quiero ayudar a combatir la corrupción, no sé como, pero voy encontrar un camino”.
A Luiz le gustaría ser diplomático. Llegamos en la cima de la favela. Luiz, Wesley, Wendel, Rafael y yo nos atrevemos al silencio. A lo lejos vemos el paisaje espectacular de la Laguna Rodrigo de Freitas.
“Si fueras diplomático a dónde te gustaría trabajar?”, le pregunto.
Y con su voz calmada me contesta: “En los países más pobres”.


2 comentarios:

  1. I will write in English coz, my written spanish ain't that good at all...hehe
    well, I am really amazed by yer text...you described very well the situation of my friend here in Brasil.
    well, I am a traveller and I've seen many of the same troubles in evrywhere in the world...but in Brasil is the only places that poeple can survive in "hell"(favela) laughing and singing...
    thnx for remembering me and the other mates on this awesome text, well written and also full of truth!
    I believe when Luiz said:“No tengas miedo”, creo que me dice Luiz Ricardo. No tengo miedo. he was saying to you: "don't be affraid" coz he knows that he could offer you protection even though being "delgadissimo" ahhaha
    was a pleasure to read it today...congratulaciones!

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  2. I agree! I loved it! A beautiful description of what Brazil has...among many other things!

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